La Fórmula 1 de hoy no da segundas oportunidades. Si un piloto joven no destaca desde el primer momento, su futuro se tambalea. Jack Doohan es el último ejemplo: tras solo unas pocas carreras con Alpine, ya ha sido enviado al banquillo, como antes ocurrió con Liam Lawson en Red Bull.
El caso de Doohan resume bien esta tendencia. Cometió un error grave en Japón que dañó el coche, y desde entonces el equipo perdió confianza en él. Su rendimiento no mejoró y la tensión fue en aumento. Mientras tanto, Franco Colapinto, con buenos resultados y mucho tirón mediático, ganaba protagonismo dentro del equipo.
Detrás de estos movimientos hay intereses que van más allá del cronómetro. Los equipos necesitan resultados, pero también visibilidad, patrocinios y una imagen fuerte. Si un piloto no encaja con esa estrategia global, es fácil que lo reemplacen rápido por alguien más rentable o popular.
La presión es enorme y el margen de aprendizaje, mínimo. Los monoplazas actuales son muy complejos, y dominar uno lleva tiempo. Pero la paciencia ya no es parte del negocio. Si no convences rápido, simplemente te bajan del coche.